A RICARDO LARRAÍNZAR 

por Francisco Rodríguez

Fuiste el último Gobernador Civil – con ese nombre – que tuvimos en Asturias. Eran los tiempos de UCD. Después, el cargo de “Gobernador” pasó a denominarse “Delegado del Gobierno”, que es lo mismo, pero suena distinto. Se trató, tal vez, de un ingenuo propósito de que no se les subiera a la cabeza el rango a los que mandaban en las Autonomías. Pero hablar de eso no es el propósito de estas líneas, que van dedicadas a ti y solo a ti.  

Nos conocimos en el Aula Política del CEU, en Madrid. Hace ya muchos años. Inmediatamente, nos hicimos amigos. Y desde entonces compartimos puntos de vista sobre las cosas de España, sin que yo recuerde discrepancias. Cosa curiosa, que no suele ocurrir.  

Aunque eras siempre ese navarro que refleja tu apellido, te llevabas bien con Cuenca y, desde luego, con Madrid. Pero nunca fuiste muy partidario de entender España como un conjunto de reinos de taifas. Llevabas siempre a Roncesvalles en la cabeza. Pero nunca te dejaste impresionar por Los Francos o por el gran Carlomagno. Fuiste siempre español de arriba abajo. 

No quisiste envejecer en la política. Y te dedicaste a actividades al margen de las vicisitudes ideológicas, sin perder nunca de vista que el Estado debería siempre cuidar sus dimensiones. En ese sentido, tu realismo fue siempre proverbial. Como proverbial era también tu sentido del humor, que salía a relucir siempre que no perdieran el Real Madrid o el Osasuna. 

Me invitaste varias veces a las cacerías que organizabas, a sabiendas de que a mí no me interesaba la caza como tampoco el manejo de la escopeta, sino como recuerdo del gran Pantagruel, que rivalizaba con nuestro Don Quijote, a pesar de que el nuestro fue siempre el mejor reflejo del héroe de los lomos apaleados y no precisamente un “gourmet”. 

Tanto José Manuel Otero Novas, como Benito Gálvez como Ramón Peralta, Ramón Estévez y un largo etcétera, conmigo en la retaguardia, vamos a echarte mucho de menos. Al igual que te echará de menos José Manuel Vaquero, con quien, entre charla y charla, te ponías de acuerdo para despachar todo lo que encontrabais en el mar Cantábrico, no lejos de la desembocadura del Nalón. A veces, llevabas hasta Madrid aquellos frutos de la pesca con los que llenabas tu equipaje al regresar de Asturias. Todo eso resultaba formidable. 

Y fuiste siempre una persona entrañable. Sabías de la importancia de la amistad. Y entendías la vida como un ejercicio cordial, que te ayudaba a resolver los asuntos desde la inteligencia y nunca desde la actitud superior del que sabe que manda.  

Cuando ocurrió lo de Tejero, te ocupaste del asunto desde la primera línea de mando en la Delegación del Gobierno de Madrid. Y me regalaste la bandera de España que tenías ese día en tu despacho y que yo mantengo en el mío sin ningún peso político y sí del recuerdo permanente de nuestra amistad impagable.  

Te mando un diminuto abrazo, porque sabes que la esencia se vende en frascos pequeños.