Editorial: «Solidaridad»
Los acontecimientos trágicos vividos en las inundaciones que se produjeron el pasado mes de octubre en el este y sur de España, especialmente en Valencia, han revitalizado un término noble: la solidaridad.
Miles y miles de voluntarios se lanzaron en ayuda espontánea a los afectados, en una manifestación histórica, que se llamó de solidaridad. Pero ¿qué es la solidaridad?
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la define como la «adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros». La muerte de más de doscientas personas cercanas o lejanas no puede ser una causa ajena para nadie, por lo que esa acepción no nos ayuda mucho.
La esencia del término «solidaridad» se nos escapa, tal vez porque en otras ediciones anteriores del Diccionario la primera acepción que se recogía era la jurídica y civil de las obligaciones solidarias —«modo de derecho u obligación in sólidum»— que sí atañen y obligan, individualmente y en común, a todos y a cada uno de los deudores en ellas.
En la última edición de la Real Academia esa acepción se mantiene, pero ha sido relegada a un segundo término, con el resultado de que hoy el Diccionario no nos parece muy preciso, tras las inundaciones de la última riada que todo lo arrasó. Cuando una tragedia ha afectado a casi 800.000 compatriotas tampoco es ni puede ser «una causa o empresa de otros».
¿Qué hacer? Podríamos restaurar como preferente la antigua acepción jurídica o, mejor, buscar, desde la última tragedia que hemos sufrido, un sentido más exacto en la lengua española del término «solidaridad», en el que se exprese lo que ha significado
ser solidario para este difícil año dos mil veinticinco que ahora acaba de empezar.
El pasado discurso de Navidad de S.M. el Rey nos ofrece la solución al problema. La tradición de los mensajes de Navidad del Jefe del Estado supera lo que es el protocolo porque se dirige sin ningún intermediario en forma directa a todos los españoles en un momento familiar íntimo, previo a la cena de Nochebuena, lo que da un sentido profundo a sus mensajes.
Se producen todos los años y en eso se diferencian de los mensajes históricos que todos recordamos del Rey don Juan Carlos I y del propio Felipe VI, aunque los mensajes del Rey tienen siempre un mismo sentido. El artículo 56.1 de la Constitución define al Rey como símbolo de la continuidad y permanencia del Estado, lo que apela a su valor de integración y de resumen del Estado y de toda la sociedad y a una función indudable de guía de la comunidad nacional.
En el mensaje de Navidad de este año el Rey ha cambiado el marco habitual del Palacio de la Zarzuela y ha preferido acudir en forma solemne a la sede oficial de la Jefatura del Estado en el Palacio de Oriente. Allí, sus referencias a una dana especialmente trágica en los alrededores de Valencia han sido parte esencial del mensaje.
El Rey ha recordado su primera visita a la catástrofe y ha afirmado que en esa ocasión y en otras visitas posteriores había reconocido «en el trabajo ingente de voluntarios anónimos y de servidores públicos», la «solidaridad en su sentido más puro y más apegado a lo concreto» y también había «comprobado — y entendido — al mismo tiempo la frustración, el dolor, la impaciencia y las demandas de una coordinación mayor y más eficaz de las administraciones».
Sus palabras han sido certeras cuando afirmó que tanto la solidaridad como la frustración surgen de una exigencia ineludible del bien común.
«Todas esas emociones —las que conmueven y reconfortan y las que duelen y apenan— surgen de una misma raíz: la conciencia del bien común, la expresión del bien común, o la exigencia del bien común».
Y es que la solidaridad no es solo un sentimiento circunstancial loable que nos impulse a paliar de cerca o de lejos los males de otras personas. Ha de entenderse como la determinación firme de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.
Las palabras del mensaje de Felipe VI han dado un sentido exacto al término «solidaridad» que nos ha vuelto a acercar a su acepción más jurídica, que se expresa en el artículo 2 de la propia Constitución y que la doctrina del Tribunal Constitucional identifica con la lealtad constitucional recíproca que obliga a los poderes territoriales del Estado.
«Nuestra gran referencia en España es la Constitución de 1978, su letra y su espíritu” —ha dicho el Rey—. “El acuerdo en lo esencial fue el principio fundamental que la inspiró. Trabajar por el bien común es preservar precisamente el gran pacto de convivencia donde se afirma nuestra democracia y se consagran nuestros derechos y libertades, pilares de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho».
La dimensión básica del bien común como fundamento de la solidaridad es una enseñanza profunda y duradera del magnífico discurso de Navidad de 2024 del Rey don Felipe VI.