PARAR LA ESPIRAL NEGATIVA

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PARAR LA ESPIRAL NEGATIVA

Los partidos, los candidatos; gestionan mal, cambian de opinión, gritan, son veletas, no saben lo que son. A veces las diferentes siglas esconden unas pocas ideas; las desavenencias son creadas y convenientes electoralmente; un proyecto de España no tiene significado, o si lo tiene, parece más un proyecto de anti España. Algunos políticos quieren medrar; otros solo mantenerse; unos son idealistas, pero no saben exactamente de qué; y, quizá lo más triste, algunos, incluso Presidentes de Gobierno, tienen un nivel cultural pobre, muy pobre, parecen conductores de coche al volante de camiones, no digamos cuando son marineros elevados a Almirantes.

Seguro que se les ocurren ejemplos; carecer de virtudes supone que una sociedad, en lugar de crecer y navegar por las turbulentas aguas del mundo con un destino más o menos claro, deriva sin rumbo a merced de los vientos que soplen. No, no piensen que, “bueno, pero aquí seguimos”, pues cada día, la barca es más débil y su tripulación también lo somos. Las demás barcas nos sobrepasan y cada vez podemos ser menos nosotros mismos. Poco podemos hacer por nosotros y para mejorar el mundo si somos cada vez más débiles, sin el fortalecimiento de la virtud.

Sin embargo, en el fondo de todos, late el deseo de superación. Detrás del pesimismo, la enorme mayoría, aquellos que creen en España, deseamos que todos vivamos mejor. Anhelamos una sociedad más robusta, de paso firme, que transmita paz social y seguridad, incluso orgullo. Una sociedad en la que la dignidad de la persona sea respetada y valorada.

La cuestión es que las manchas ya prácticamente impiden ver el cuadro. Necesitamos restauradores, no ya de la imagen del cuadro, si no de la tela del lienzo y del marco.

¿Y qué hace falta para lograr esa utopía imposible?

Primero negar que sea imposible, quien eso dice desanima el esfuerzo de mejora, de cualquier mejora, cuyo principio es dar el primer paso.

Difícil es jugar un partido de futbol con aquellos que lo que quieren es segar la hierba. Igualmente es imposible construir una sociedad sana si a aquellos que la quieren destruir se les da el papel de aparejador. No pueden ser fiel de la balanza ni usarse como apoyo político, a costa del bien común de España. El papel de partidos nacionalistas y antisistema no puede suponer un poder de chantaje que además rema en sentido contrario.

Se necesitan partidos políticos con sentido de Estado, capaces de ver a los demás partidos como aquellos con los que se puede dialogar. Se tiene que poder buscar soluciones comunes con un Podemos o con un Vox que cuentan o han contado con millones de votos. Tantos votantes no se pueden equivocar en absolutamente todo; entre ellos abundarán también las buenas voluntades, los inteligentes y las mentes sanas; con criterios distintos, pero es imposible que no existan puntos en común, para avanzar juntos aun siendo de partidos alejados. Los partidos se tienen que ver, todos, con lealtad a España, a sus Instituciones, a cada uno de los españoles, y leales entre ellos mismos; independientes de injerencias ajenas o foráneas no transparentes.

Esos partidos con una visión de la España del futuro, en muchos aspectos compartida, podrían llegar a acuerdos de largo plazo. El largo plazo que permite que el primer paso en una dirección pueda ser seguido por un segundo en la misma, por un tercero del siguiente partido gobernando y mantenerse incluso cuando vuelva el partido que dio el primer paso. Cada paso parte de un escalón más avanzado y lleva proporcionalmente más lejos, puro interés compuesto del largo plazo al servicio de los objetivos superiores de un país. Cuando hay grandes acuerdos entre los partidos, los ciudadanos al final no solo están agradecidos, también orgullosos, de aquellos que les hicieron avanzar como sociedad.

Unos acuerdos que suponen poner rumbo: a la Educación sin sectarismos; a la Justicia independiente y eficaz; a una Sanidad

valorada; al trabajo sin paro; al fomento de la natalidad; a una Cultura de la Hispanidad compartida; a una Política Exterior iberoamericana y europea sólida; a un Plan Hidrológico Nacional sensato; rumbo para enderezar la estructura atrofiada del Estado actual desmesurado, caro e ineficaz…

¿Se imaginan caminar con rumbos comunes? ¡Ilusionante!

Hace falta desterrar la difamación, los tonos estridentes, bajar el diapasón del insulto, que se vea en el tono reflexivo y cabal quien de verdad nos convence. La discusión calmada puede tener tanta intensidad como cualquiera otra, pero deja que las ideas de todos se vayan puliendo y mejorando, sin heridas, presuponiendo que el otro, en algo, también tuvo razón. La verdadera corrección política no es la cultura de la cancelación, es la forma educada de expresarse en libertad.

Que aquellos que representan a los ciudadanos puedan hacer gala de honradez sin mancha, esfuerzo sin descanso, alto nivel de conocimiento y de inteligencia, y capacidad de cooperación. Si además son buenas personas y sabias, voltereta con tirabuzón. Pero para ello hay que atraer a los mejores, no descalificando al político, sino prestigiándole. El político se lo tiene que merecer y el ciudadano respetar el trabajo del servidor público.

Seguro que muchos leyendo lo anterior, mientras piensan el beneficio social y personal que a todos supondría, se les escapa aquello de “¡pero hay que poner los pies en la tierra!” Quizá, pero con los pies en la tierra el ser humano se habría quedado quieto, no se habrían hecho misiones imposibles: ni Balmis y Zendal hubiesen navegado salvando la vida de tantos, ni nos sobrecogeríamos al levantar la mirada en la Sagrada Familia de Gaudí.

IDEOLOGÍA DE GÉNERO Y DERECHO PENAL

Llevamos años asistiendo a una hegemonía ideológica, la ideología de género. Sin embargo, en la actualidad, esa idea se ha transformado en algo que determina qué es la ley, y con ello, que las decisiones judiciales deben explicarse por factores ajenos a la ley. Este paradigma se ha hecho más que evidente en las propuestas legislativas del Gobierno de España, que, sin embargo, viene a demostrar la incompatibilidad que existe entre el concepto de género, asentado en la política y la ideología, y el derecho penal que tiene una base objetiva y científica.

En las discusiones sobre ideología y derecho penal, existen los mensajes con altos grados de criminalización de las conductas, a través del instrumento penal; y también existen los de la defensa de la sociedad a través de la neutralización de los criminales más peligrosos. Y en ambos casos suelen venir de quienes sostienen a fuerzas políticas que se benefician de la actual pérdida de sostén de la ideología jurídica estatal para ocupar amplios sectores de recursos políticos que se sirve del orden jurídico para disciplinar y oprimir a los “individuos” invocando la primacía del interés público sobre el privado bajo el pretexto de presentar problemas sociales como criminales, y ser enfrentados por el derecho penal.

Los problemas sociales definidos como “criminales” no pueden ser afrontados, con el instrumento de la represión penal, sino con la transformación de las relaciones sociales inherentes a tales problemas.

Las víctimas son muy a menudo los más débiles, y la única defensa de los débiles es un poder público que de verdad los represente y actúe por ellos. Ahora bien, la metamorfosis se produce cuando los derechos del imputado son devaluados.

Y aparecen así en el curso de la escena de la escena del enjuiciamiento penal no sólo la investigación de los hechos sino lo que se llama el descubrimiento de la verdad para que se haga justicia para victimas excelentes e imputados impopulares por la ideología de género. Una cuestión adicional: el derecho penal de un Estado de derecho sólo distingue entre culpables e inocentes.

Y por ello que lo que corresponde evaluar es si resulta sostenible un modelo que otorga la prioridad al interés de la victima abandonando la prioridad de los derechos del acusado, formando así una ideología penal que ha prestado su atención a las expectativas de las victimas que al castigo de los culpables y todo ello a costa de la una técnica legislativa que no se sostiene.

 

No hablo de la eliminación de la distinción entre agresión y abuso sexual, que determina que se pasa a considerar que todo acto sexual sin consentimiento se enjuicie como agresión, desapareciendo el abuso, con lo que las penas para las conductas más leves se han reducido y las penas para las conductas más graves han aumentado. Sin embargo, todos aquellos que fueron condenados con la pena mínima o máxima conforme a la antigua normativa conforme a la actual regulación penal, están viendo cómo se revisan sus condenas.

En línea con lo dicho anteriormente, lo que se viene a destacar ahora es que el Código Penal vigente antes de la entrada en vigor de la llamada ley del “solo sí es sí”, ya se asentaba sobre la idea de consentimiento, aunque no incluya una definición del concepto, y consideraba punible todo acto de carácter sexual realizado sin el libre consentimiento, sea en la forma de agresión o en la de abuso sexual, bien porque no exista o bien porque estuviera viciado.

Sin embargo, con la definición de cuando no existe consentimiento, se olvida que el problema del consentimiento no es cuestión conceptual (qué deba entenderse por consentimiento) sino probatoria (cuándo existe o no consentimiento) y que las eventuales dificultades procesales de acreditar la ausencia de consentimiento no pueden trasladarse al ámbito de la tipicidad, mediante la incorporación de una definición normativa de un elemento típico.

Esa definición determina un aparente desplazamiento de la carga probatoria, pues parece configurar un elemento negativo del tipo cuyas distintas notas características (manifestación libre, actos exteriores, concluyentes e inequívocos y voluntad expresa de participar en el acto) deberían ser probadas por la defensa para excluir la tipicidad. De esta forma, se están alterando de modo sustancial las normas sobre la carga de la prueba en el proceso penal, con riesgo de afectación del principio de presunción de inocencia.

Y el grave problema es que la reacción de los hegemónicos de la ideología de género, ante evidentes deficiencias técnicas de la ley y sus consecuencias, se queda en el insulto y la descalificación, calificando a quienes así lo manifiestan con criterio jurídico, de «machistas» e «insensibles».

Toda ideología radical tiende a exagerar el fracaso del sistema de valores del status quo social, y no es preciso insistir sobre el hecho de hasta qué punto la ideología de género está formulada por ideas falseadas que al simplificar situaciones de naturaleza compleja lo único que pretende es hacer posible un cambio social indeseable.

El desafío democrático de Iberoamérica. Breve aproximación

Por: José A. Hernández Echevarría

La región de América Latina y el Caribe, tiene diversos temas para analizar dentro de su compleja realidad. Aunque a primera vista, esta zona constituida por 20 países iberoamericanos, más Haití y otros estados caribeños, es quizás la región más homogénea del planeta por su historia e idiosincrasia comunes, tiene características muy específicas en cada uno de los territorios que la conforman. Varias temáticas se podrían abordar sobre su actualidad regional: la fuerte desigualdad económica entre sus habitantes, el acceso universal y de calidad a la salud y la educación, el impacto del crimen organizado y el narcotráfico, sus estancados mecanismos de integración regional, su posición en la economía mundial en las próximas décadas, el fracaso de su modelo económico de exportación de materias primas, los flujos migratorios dentro de la región, la innovación y el emprendimiento tecnológico, o incluso, el reciente impacto de la pandemia del COVID. En este caso, prefiero referirme específicamente al tema de su calidad democrática. Para muchos entre los que me incluyo, el principal desafío que presenta la región es de carácter político, que determina de una forma u otra, en el resto las dinámicas nacionales.

El desarrollo y la prosperidad económica de un país depende en gran medida de su estabilidad política, y de que existan estructuras institucionales y jurídicas que armonicen la convivencia social y garanticen, en libertad y democracia, el progreso económico. En este sentido es innegable dentro de un Estado, el rol de una buena gobernanza que se refleja en la calidad democrática, en la confianza en las instituciones, y en el respeto de las libertades y los derechos humanos. Este asunto continúa representando una tarea pendiente en gran parte de los países latinoamericanos. Según The Economist y su Índice Global de Democracia, solo en Uruguay y Costa Rica hay garantías democráticas plenas. Quizás en este selecto grupo podría incluirse Chile, aunque ha visto mermada su estabilidad política desde las protestas sociales de 2019 y el fracasado proceso constituyente de 2022.

El retroceso democrático en Latinoamérica resulta particularmente alarmante, en momentos donde los principales fundamentos de la democracia son cuestionados por no pocas fuerzas políticas en Occidente. Pero la actualidad de estas cuestiones es mucho más compleja ya que la democracia en la región nunca ha estado consolidada. Por el contrario, en casi todos los países latinoamericanos ha estado expuesta a persistentes presiones. El siglo XX fue particularmente convulso en lo político, con rupturas institucionales y violencia generalizada desde ambos lados del espectro, derivando en golpes de Estado, grupos guerrilleros, y guerras civiles. Aun así, si a comienzos del siglo XXI solo existía la excepcionalidad de la dictadura cubana, en la actualidad se han añadido los regímenes autoritarios de Nicaragua y Venezuela, con una deriva totalitaria muy inspirada en el régimen de Castro. A estos se le adiciona el siempre inestable Haití, como los países con los déficits democráticos más notables en el área.

El resto de los estados se clasifican como democracias defectuosas o híbridas, con un peligroso índice de degradación en los últimos años en países como: El Salvador, Bolivia, México, o Perú. El cambio de época que muchos académicos vienen anunciando, resulta impostergable en momentos donde la región continúa sin encontrar soluciones a largo plazo a sus problemas estructurales. Un verdadero nudo gordiano que lejos de resolverse, eterniza la condena a millones de latinoamericanos a la pobreza y a la exclusión. El éxodo masivo ha sido una recurrente salida para muchos, tanto dentro de los propios países (zonas rurales a zonas urbanas) como hacia países más desarrollados, principalmente los Estados Unidos. En este punto, la migración en Venezuela, Cuba, Haití o los países de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras) resulta muy alarmante por su elevado número de migrantes y su impacto demográfico sostenido en el tiempo.

Más allá de la clasificación de las fuerzas políticas latinoamericanas en derechas o izquierdas, es evidente que existe un hartazgo de la ciudadanía hacia las formas tradicionales de hacer política. Es un asunto que trasciende ya las ideologías, ante la permanente corrupción política y la incapacidad de los gobernantes de una tendencia u otra, de resolver los graves problemas económicos y sociales. Dificultades que se agravaron con el impacto de la pandemia del COVID-19 y con la profundización de la brecha económica con los países más desarrollados, en un mundo que avanza a pasos exponenciales.

En respuesta a lo anteriormente descrito, desde 2019 se ha venido generando una ola de protestas ciudadanas sin precedentes en la región. Este fenómeno se encuentra presente en casi todos los países, y resalta por la similitud de las reivindicaciones. En la última década ocurrió una avalancha de alternancias políticas en todos los países donde se efectuaron procesos electorales democráticos. La única excepción fue Paraguay, donde el oficialismo mantuvo la presidencia en la figura de Mario Abdo Benítez. Aunque se puede constatar la consolidación de varios gobiernos de “izquierdas” en la región desde 2018, son muy bajas las expectativas de soluciones reales con el programa político que estos plantean a sus problemáticas nacionales. Pero más allá de estas corrientes, sin un marco institucional adecuado, será complejo enfrentar los desafíos económicos de cada país.

Se debe señalar en este asunto de la calidad democrática como han surgido en toda la región estructuras de administración estatal altamente ineficientes a pesar del excesivo número de funcionarios que la integran. La polarización política ha llevado a visualizarse con frecuencia al Estado tanto como la causa o la solución de todos los problemas, en dependencia de la vertiente ideológica que se defienda. Pero el modelo institucional ha fallado a millones de latinoamericanos que viven en la escasez y el hambre. Ha sido incapaz de favorecer un marco público de generación de empleo y riquezas a pesar del gigantesco tamaño de las administraciones estatales en naciones como Argentina o México.

En la actualidad, estas instituciones democráticas se han visto cada vez más debilitadas por algunas fuerzas políticas dirigidas por nuevos líderes que oportunamente, se aprovechan de este contexto que persiste. Desde la independencia, hace más de dos siglos, la apuestas por mesías políticos que “salven” la deriva del país, ha sido un elemento recurrente en los países latinoamericanos. Y los siglos XIX y XX demostraron con demasiada elocuencia, hacia dónde conducen estos procesos. A esta situación se adiciona el desempeño de ciertas élites económicas que, hundidas en sus privilegios, se han alejado de las mayorías sociales. Lejos de facilitar la consolidación de una clase media y de un ente público profundamente democrático, han mantenido estructuras de exclusión heredadas de siglos anteriores.

La movilidad social y la meritocracia, que se asentaron en la Europa de la segunda mitad siglo XX, y que representa uno de los postulados básicos del “American dream”, en la región latinoamericana constituyen una dolorosa utopía. Esto ha allanado el camino a la aparición de populismos y caudillos que se presentan como solución por encima del Estado de Derecho y de las instituciones democráticas. Desde Hugo Chávez, a Andrés Manuel López Obrador, Nayib Bukele, Evo Morales, o Jair Bolsonaro, por citar algunos, que reciclan viejos paradigmas del pasado siglo representados en Fidel Castro, Juan Domingo Perón, Alberto Fujimori, Getulio Vargas, Anastasio Somoza, y un largo etcétera.

Se tiene además que mencionar en este tema, el negativo papel que ciertos conglomerados extranjeros han desempeñado en los conflictos económicos de la región y especialmente, la influencia que durante el siglo pasado ejerció Estados Unidos en muchos gobiernos. Por otra parte, no se puede dejar de referirnos dentro de estos elementos de la calidad democrática en Latinoamérica, a la corrupción política, y como ha permeado en el sector público. Incluso se ha arraigado fuertemente en la cultura popular latinoamericana. En países como Venezuela, Colombia o México, alcanza niveles dramáticos, aunque de forma general se encuentra presente en toda la región. La corrupción no solo contribuye a debilitar la institucionalidad y la buena gobernanza en estos países, sino que, sin servidores públicos con integridad, poco se puede avanzar en la solución de las demandas ciudadanas por muy bien que se encuentren planteadas. Sus nefastos efectos también llegan al poder judicial y, de manera muy preocupante, a la esfera electoral.  Esto provoca que se acentúe la desconfianza en el sistema democrático, y que se acelere la aparición de fuerzas políticas y líderes que planteen a la ciudadanía soluciones más rupturistas.

Por otra parte, la violencia no ha desaparecido del escenario público latinoamericano. Si este punto marcó sensiblemente el pasado siglo, en la actualidad continúa siendo frecuente en la región las persecuciones, las amenazas, e incluso el asesinato de líderes sociales, así como la presencia de presos políticos que deterioran sensiblemente la calidad democrática. Lejos de ser la violencia política un asunto del pasado es una realidad patente. Aún queda mucho por avanzar en el reconocimiento de la diversidad política desde estructuras de convivencia pacíficas y democráticas. Se pudiera resaltar positivamente que esta violencia política es cada vez más rechazada en la región. El planteamiento de vías electorales para acceder al poder, son afortunadamente, una realidad en Latinoamérica, cada vez más distanciada de los viejos métodos “revolucionarios” o “golpistas”. Quizás el ejemplo más icónico lo tenemos ahora con el exguerrillero Gustavo Petro, electo democráticamente en agosto pasado como Presidente de Colombia.

En el actual contexto regional se requiere entonces de una sociedad civil empoderada y consciente, defensora de sus derechos, y dispuesta a fortalecer la institucionalidad del país como base de una sólida democracia. Y es precisamente, lo que más falta en la región, donde una ciudadanía desencantada reclama nuevas formas de participación. Para afrontar esta realidad, se necesita además fortalecer el servicio público con personas preparadas en lo profesional e íntegras en lo moral. Las instituciones sin buenos servidores públicos son meras carcasas decorativas.

Por otra parte, urge otorgar un mayor protagonismo a las instituciones de poder local, desde lo ejecutivo y lo legislativo, desarraigando métodos de gobierno fuertemente presidencialistas que son la norma en la zona. Añadir a los espacios de representación política a toda la sociedad en su complejidad y heterogeneidad, priorizando a los segmentos históricamente marginados. Sin desatender la creación de espacios de atracción de la inversión internacional, de emprendimientos económicos a todas las escalas, y libre desenvolvimiento de las fuerzas productivas dentro de cada país.

La irrupción cada vez mayor de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones pueden resultar una eficaz herramienta de empoderamiento cívico, de transparencia pública, y de fortalecimiento institucional. Todo esto, sin descuidar el potenciamiento de los mecanismos de integración regional que acerquen a estos países desde lo económico, lo político, y lo social. Buscando generar los consensos democráticos que aseguren la mejora de la calidad democrática, y desterrar viejos paradigmas que impiden el avance hacia estados más democráticos e inclusivos.

En este empeño, las nuevas generaciones de latinoamericanos juegan un rol determinante en la ruptura con lo negativo, y en la consolidación de nuevas formas de gobernanza. Se necesita en este punto, el compromiso leal de todas las fuerzas políticas presentes en cada uno de los países de la región. Constituye una tarea inaplazable dotar a los estados latinoamericanos de mecanismos constitucionales que aseguren la democracia, la alternancia política pacífica, y que garanticen el pleno respeto de los derechos humanos para todos los ciudadanos.

 

Cuba: El reto cívico frente a un Estado totalitario

El evento fue organizado por la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, el Instituto de Estudios de la Democracia del CEU y la Fundación Civismo

La Universidad CEU San Pablo fue la sede este martes de un ciclo de conferencias sobre Cuba y el reto cívico de la transición de un Estado totalitario a una democracia. El evento, que reunió a estudiantes, catedráticos y especialistas del caso cubano, fue organizado por la Fundación Cultural Angel Herrera Oria, el Instituto de Estudios de la Democracia del CEU y la Fundación Civismo.

La conferencia inaugural estuvo a cargo del Doctor Ignacio Uria, quien exaltó la figura de Pedro Meurice, el arzobispo católico que se convirtió en una voz incómoda para la dictadura castrista.
Maurice lideró la Iglesia Católica en Santiago de Cubadurante treinta y cuatro años y fue abiertamente opuesto al marxismo-leninismo y al ateísmo del régimen comunista cubano posición que le mereció ser llamado «el azote de la Iglesia cubana al régimen castrista».
Uria recordó el especial momento en el que el arzobispo Meurice presentó la misa oficiada por el Papa Juan Pablo II en 1998 en la plaza de la Revolución. La histórica homilía se transmitió por radio y televisión controlada en todo momento por el Partido Comunista cubano, lo que, sin embargo, no evitó los primeros gritos de libertad desde 1959.
La voz de Meurice, señaló Uria, representaba un bastión frente al comunismo y a la teología de la liberación, que tanto dolor ha producido en el continente americano.
«Pedro Meurice tenía una gran sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. Era el elemento diferencial de su carácter. En la distancia corta ganaba, era muy tímido e irónico y amaba la historia», señaló Uria quien tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente.
Tras la inauguración, dio inicio un ciclo de conferencias que trataron entre otros temas: el activismo cívico, los desafíos actuales de la Iglesia Católica ante el régimen, la censura y el estrangulamiento de la libertad de expresión en toda la isla, los miles de cubanos que huyes a diario del totalitarismo.

Cultura, activismo y Libertad

Especial atención generó la participación de Yanelys Núñez, la joven activista cubana que apoyó activamente el Movimiento San Isidro que logró un despertar social en el verano de 2021.
Núñez recordó que los artistas cubanos se revelaron a las imposiciones del ministerio de Cultura del régimen castrista. «Teníamos que dar un paso más por el mero hecho de que de eso depende la existencia nuestra en Cuba, es decir, de la sobrevivencia de nuestro trabajo».
Claudio Gaitán, otro activista cubano refugiado ahora en España, resaltó la importancia de las redes sociales para el activismo cívico tanto dentro como fuera de Cuba. El joven explicó la naturaleza de la plataforma «Archipiélago».
«Era una especie de activismo como acto de protesta, algo que desde la lejanía, desde la diáspora, hicimos muchos como una especie de fe en que ese espíritu llegará a las personas» recordó Gaitán.

Ambos jóvenes cubanos abogaron por la liberación de los centenares de presos políticos, recordando que desde Archipiélago se apoya a cada uno de los casos: revisar sentencias, apoyo emocional o económico a los familiares e incluso huelgas de hambre para presionar por su liberación.

El ciclo de conferencias terminó con el desarrollo del tema internacional y la postura de España y la Unión Europaante frente a la dictadura cubana. Los conferencistas rescataron el valor de una postura congruente y común en el entorno comunitario sobre la base de los derechos humanos y los anhelos de libertad del pueblo cubano.