Javier Morillas, nuevo consejero del Tribunal de Cuentas

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Javier Morillas, nuevo consejero del Tribunal de Cuentas

El catedrático de Economía Aplicada formará parte durante nueve años del supremo órgano fiscalizador de las cuentas y de la gestión económica del Estado y del sector público.

El catedrático de Economía Aplicada Javier Morillas ha sido nombrado uno de los seis nuevos consejeros del Tribunal de Cuentas que han jurado su cargo esta semana. El acto, que se celebró en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, ha estado encabezado por los presidentes del Congreso y del Senado, Meritxell Batet y Ander Gil, respectivamente.

Durante su discurso, la presidenta ha subrayado que “en un contexto de múltiples desafíos como el actual se hace más urgente y relevante responder con profesionalidad, honestidad y razonamiento a la tarea que los nuevos consejeros están llamados a ocupar desde este jueves, para la que, a su juicio, no necesitan más que autonomía, autoridad e independencia». 

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Y ha añadido que los consejeros deben ser “capaces de combinar las exigencias propias del derecho de defensa de quienes se someten a vuestra fiscalización y jurisdicción y las necesidades derivadas de la exigencia de controlar la administración de los recursos públicos”. Batet se ha mostrado segura de que los nuevos consejeros sabrán añadir a sus capacidades y méritos los sentidos de «equilibrio» y «proporcionalidad».

Junto a Javier Morillas han sido elegidos nuevos consejeros: María del Rosario García Álvarez, magistrada de la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid; Elena Hernáez Salguero, expresidenta del Tribunal Administrativo de Contratación Pública de la Comunidad de Madrid; Rebeca Laliga Misó, subdirectora General del Notariado y de los Registros; Joan Mauri Majós, profesor titular en la Universidad de Barcelona; Luis Antonio Ortiz de Mendivil Zorrilla.

De esta forma, se unen a los otros seis miembros, que han renovado su cargo durante este encuentro. Los doce consejeros arrancan con un mandato de nueve años y entre ellos elegirán quién presidirá la institución y cada una de sus secciones (Fiscalización y Enjuiciamiento), cargos que se van renovando cada tres años.

LO QUE LA PSICOLOGÍA DEBE AL CONCEPTO CRISTIANO DE VIRTUD

¿Qué es la salud? Es un concepto tan polifónico que es difícil dar una respuesta única. Pero la OMS se aventura a ello: “el perfecto estado de bienestar, físico, mental y social, y no la mera ausencia de enfermedad”.

La definición no es del todo original. Siglos antes, Boecio ya se había referido al “estado perfecto por la reunión de todos los bienes”, siendo éstos de tres tipos: exteriores, del cuerpo y del alma.

¿Qué subyace en todo ello?, una noción que conecta con el concepto de virtud en la visión antropológica cristiana. Se trata de una cuestión con una larga tradición que, sin embargo, está de plena actualidad. No en vano, la llamada Psicología Positiva tiene entre sus principales rasgos distintivos la indagación en el pleno desarrollo humano a través del concepto de virtud.

Nuestra universidad contribuirá a sacar a la luz lo que la Psicología debe al concepto cristiano de virtud. Lo hará con la celebración del Congreso Internacional ‘Virtud, Psicología y Salud Mental: el aporte de la concepción cristiana de las virtudes a la Psicología’.
Se celebrará durante los días 10 y 11 de diciembre y contará con la participación de referentes en la materia como Jean-Claude LarchetMercedes Palet Fritchi, Craig S. Titus o Ignacio Andereggen.

Consulta toda la información en la web del congreso.

EDITORIAL: LA CULTURA DEL ESFUERZO EN ENTREDICHO

Esta izquierda que gobierna en estos momentos en España no deja de sorprendernos. Tan sólo podemos explicarnos algunas de las decisiones que el Consejo de Ministros adopta, si tenemos en cuenta la cuota de utópicos antisistema que forma parte del Gobierno.

Ahora le toca el turno a la eliminación de los exámenes de recuperación para que pasen al curso siguientes quienes no han sido capaces de superar los exámenes de las asignaturas correspondientes. En definitiva, se trata de eliminar la llamada cultura del esfuerzo entre nuestra juventud, igualando en lo malo a los estudiantes que no verán compensado su sacrificio, con las consiguientes repercusiones sobre el futuro, tanto de estos de estos jóvenes, como de la propia sociedad en general.

Con una tasa del 31, 3% de alumnos que han repetido curso antes de los 15 años, España se sitúa en segundo puesto de los países de nuestro entorno, sólo superados por Bélgica. Quizás el Gobierno tan sólo pretende enmascarar estas cifras tan negativas. Si así fuera, consideramos que es todo un error. O quizás pueda tratarse de perjudicar el ascenso social igualando a todos por lo bajo.

Hace unos años, el escritor Rafael Nadal se preguntaba el porque del abandono por parte de la izquierda de algo tan esencial como el esfuerzo, el sacrificio, el ahorro y el trabajo. El nuevo paradigma de una izquierda absolutamente desvalorizada parece encontrar acomodo en todo lo que no suponga ningún esfuerzo. Parece que quieren emular a aquella burguesía, con tintes parasitarios, que tanto combatieron hace muchos años. Todo lo encuentran razonable con tal de captar adeptos votantes.

Sin embargo, la cultura del esfuerzo sigue siendo esencial para una sociedad que pretenda ser más justa y libre. Si los jóvenes no aprecian el necesario sacrificio para obtener los proyectos de vida que se propongan, será muy difícil que entiendan los conceptos básicos de la convivencia en democracia.

Querencias totalitarias de élites parasitarias

Con el invierno casi encima y la electricidad por las nubes, algunos gobiernos están empeñados en que, para poder trabajar, la gente sea obligada a vacunarse con vacunas que no impiden que sus portadores vuelvan a contagiarse. Llama la atención esta fiebre por prohibir que tienen los dirigentes de las hasta ahora tenidas por democracias occidentales. Gobiernos que recurren cada vez con mayor frecuencia a la creación de nuevos tipos penales y sanciones administrativas por cuestiones que, en ocasiones, son mera expresión del pensamiento y del sentido común.

Con la Italia de Draghi copiando a la Rusia de Putin y en estado de protesta civil ante la negación del derecho al trabajo a personas sanas no vacunadas,  la pasada semana las autoridades de British Columbia advertían a sus residentes de una nueva restricción: reunirse en la propia casa con amigos también sanos pero no vacunados. Canadá se esmera en ser  la joya de la corona de las neo democracias “Woke”,  del Nuevo Orden Mundial y de la modificación retroactiva de la historia. Aspiran a ser los primeros de la fila en la tierra prometida de la Corrección Política que en cada momento se nos imponga. En los términos anunciados por Tocqueville tal parece que hemos llegado a la fase del “Despotismo Democrático”.

 

Hay que irse cuarenta años atrás para comparar lo que está sucediendo hoy con lo que hicieron los gobiernos de entonces con una enfermedad tan grave que no hay  comparación posible con el Covid19: el Sida. Una enfermedad infecciosa que todavía hoy sigue creciendo y matando un mínimo de 800,000 personas al año –sin contar los muertos vivientes– y que ya es responsable de unos cuarenta millones de muertos.

Pues bien, en aquellos años no se le ocurrió a ningún gobierno occidental poner filtros en las fronteras ni tocar los derechos de reunión ni de movimiento. Todo lo contrario porque de hecho se redujeron controles como la exigencia de certificados de no padecer enfermedades infecciosas para entrar como residentes en algunos países. Brasil o EEUU por ejemplo. Como resultado de aquella sorprendente y, por sus efectos, criminal actitud,  el Sida se expandió por todo el mundo y se quedó entre nosotros para siempre con una mortandad muy superior a la del Covid19 tras la ola inicial. Los lectores de más edad recordarán las críticas de Occidente a la URSS y a China por tratar de controlar la entrada en sus territorios. Dos problemas análogos y dos actitudes gubernamentales diferentes. Entonces lo políticamente correcto fue no poner trabas a la difusión de la enfermedad.  ¿Por qué? ¿Cui prodest?

 

También por la misma época, a mediados de los 70, en Europa eran prácticamente inexistentes los coches diesel.  Europa incentivó  su uso hasta superar hoy día el 70% del parque de vehículos. Los EEUU y Japón, reacios, no tuvieron más remedio que ponerse a fabricar estos vehículos para nuestro mercado y nunca llegaron a tener penetraciones tan altas como las europeas en sus parques automovilísticos que, debidamente demonizados, son una gran fuente de ingresos fiscales.

Hoy, los usuarios europeos de esos vehículos adquiridos con religioso respeto por la legalidad, son penalizados fiscalmente y sus derechos de libre circulación reducidos y discriminados. Una expropiación de hecho sin la compensación constitucionalmente requerida. Se anuncia ya su prohibición absoluta y la obligación de sustituirlos por alternativas mucho más caras o la colectivización. Parece el sueño de un Schumpeter senil: la “destrucción no creativa” como forma de acelerar la reducción de la capacidad  industrial y el empleo de calidad.

 

Todo ello en medio de un incremento impresionante del Impuesto del CO2 –eufemísticamente llamado “derechos de emisión”– que ha pasado en muy poco tiempo desde los 4.5€ tonelada  a cerca de los 50€ por tonelada  según el reciente informe del Banco de España, nº 2120. No es posible que gobiernos plagados de “expertos”, se sorprendan de que esta política fiscal, discretamente oculta en la prensa diaria, esté resultando en cierres empresariales y de centros de producción de materiales como aluminio, acero, cemento, cerámicas, cristales, etc. Todos ellos necesitan y necesitarán ingentes cantidades de energía en su producción y la evolución artificial, controvertida  y artificiosa del impuesto citado niega a Europa  no solo la recuperación de las industrias perdidas sino el mantenimiento de muchas de las actuales. Es así  inevitable lo que estamos viviendo: una gran pérdida de competitividad y una inflación de las que hacen época.

 

Todo ello sucede en medio de un también silenciado y muy importante retroceso de la primacía de los EEUU y Europa en Patentes y Propiedad intelectual. En solo treinta años hemos pasado de ser el origen del 75% de la actividad mundial en ambos factores a representar apenas un 25% de las nuevas solicitudes. La primacía mundial, el  65%,  ya se ha trasladado a Asia –China, Japón, Corea, etc. Corea, por cierto, por delante de la UE en nuevas solicitudes de patentes y otros derechos de este tipo. La gravedad de este dato del último informe de la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI) es tremenda.

 

En la génesis de este sombrío panorama tenemos lo evidente: Políticas Públicas.

 

Lo cual trae a primer plano el  clamor creciente sobre la calidad de nuestros liderazgos. A fin de cuentas, este es su legado: la pérdida de nuestras fortalezas históricas y la consiguiente pauperización rampante y, de momento, a crédito.

 

Para encontrar causas plausibles de este comportamiento destructivo, hay que recordar a Arnold Toynbee cuando explicaba que las civilizaciones colapsan cuando sus élites, antes creativas, pasan a ser parasitarias y para perpetuarse aceleran el declive y tratan de reemplazar a sus poblaciones  recurriendo a lo que dicho autor llamaba eufemísticamente  “proletariados externos”.