De abanderado de la República a morir frente a un pelotón de milicianos

Por Pablo González-Pola de la Granja

Para La Razón, Memoria e Historia

En la madrugada del 25 de agosto de 1936 caía bajo las balas de un pelotón de fusilamiento formado por milicianos, el capitán de Ingenieros Pedro Mohíno Díaz. Pudo ser en la propia cárcel Modelo de Madrid, donde el día anterior se había celebrado el juicio sumarísimo, o en la cercana Ciudad Universitaria.

Tan sólo cinco años antes, el entonces teniente Mohíno se había convertido en adalid abanderado de la II República española gracias a una foto publicada en la casi totalidad de la Prensa española. La instantánea, captada por el joven fotógrafo Alfonso Sánchez Portela en una abarrotada Puerta del Sol, recogía a un grupo de personas encaramadas en un camión entre las que destacaba un militar, vestido de uniforme, que enarbolaba la bandera tricolor republicana. Era la tarde del 14 de julio de 1931 y la citada fotografía se convertiría en un icono del nuevo régimen y en uno de los primeros documentos de la llamada fotografía social. Además, de alguna forma, simbolizaba el apoyo del Ejército a la situación creada tras las elecciones municipales celebradas dos días antes.

Pero, ¿qué hacía el teniente Mohíno subido en el camión con la bandera y rodeado de exaltados republicanos? De las tres hipótesis que plantea el investigador Rafael Álvarez; que fuera miembro de alguna asociación republicana militar, que lo hiciera a instancias de algún amigo repúblico o que fuera un acto espontaneo, está última es la que más se acerca a la realidad. Hoy lo podemos confirmar gracias a las memorias inéditas del general Manuel Díez Alegría. José Mohíno y Manuel Díez Alegría coincidieron en la Academia de Ingenieros de Guadalajara en 1923. Un año mayor, Mohíno era alumno de segundo curso, perteneciente a la 109 promoción, mientras Díez Alegría lo era de primero, encuadrado en la 110 promoción de la Academia.

Cuenta Díez-Alegría como aquel 14 de abril, estando en casa de sus padres, en la calle Infantas, paralela a la Gran Vía, alguien dijo que habían colocado una bandera republicana en el Palacio de Comunicaciones de la plaza de la Cibeles. Quiso comprobarlo y al desembocar en la Gran Vía se encontró con dos compañeros de la Academia de Ingenieros, Emílio Hernández Pino y Antonio Población. Estos le contaron que un rato antes bajaban por la calle en compañía de José Mohíno cuando un grupo de exaltados republicanos al verles de uniforme prorrumpieron en gritos en favor del ejército republicano. Mohíno, sin pensárselo dos veces, se unió al grupo entusiasmado por la emocionante atmosfera que reinaba.

La trayectoria profesional de Mohíno antes y después de proclamarse la República nos permite trazar la figura de un excelente oficial del cuerpo de Ingenieros, atento a su trabajo y muy bien considerado por sus jefes, según consta en las anotaciones de estos en su hoja de servicios. Tanto los ingenieros como los artilleros sintieron una gran decepción con don Alfonso XIII, al que consideraron responsable de no haber frenado los intentos del general Primo de Rivera por acabar con la escala cerrada de ascensos. Era esta una costumbre muy arraigada en los cuerpos técnicos facultativos por la cual no se admitían más ascensos en el escalafón que la rigurosa antigüedad. Primo de Rivera firmó las dos últimas disoluciones del Cuerpo de Artillería, con lo que se exacerbó su disgusto con el régimen monárquico al que consideraban, como muchos militares de otras armas y cuerpos, agotado.

El teniente Mohíno hace el prescriptivo juramento de fidelidad a la república y en 1935 decide ingresar en el Cuerpo de Guardias de Asalto, organizado y dirigido hasta este año por el teniente coronel Agustín Muñoz Grandes. Posiblemente no se encontró muy a gusto en esta politizada unidad, porque aprovechando su ascenso a capitán vuelve al de Ingenieros, integrándose en la plantilla del Batallón de Zapadores Minadores nº7, con sede en Salamanca.

El levantamiento del 18 de julio de 1936 coge al capitán Mohíno, con su Batallón, en Alcalá de Henares, donde se había dispuesto el traslado de su Batallón tras la salida de los dos regimientos de Caballería de guarnición en Alcalá, debido a los frecuentes enfrentamientos entre militares y personal civil. Junto con el Batallón de Zapadores, fue trasladado a Alcalá de Henares el Batallón Ciclista procedente de Palencia. Nos cuenta Rafael Álvarez, como en los días inmediatos al 18 de julio, la guarnición militar alcalaína se subleva y el capitán Mohíno se encarga de arengar a la tropa y formar, el 20 de julio, la columna que trata de poner orden en Alcalá de Henares. Mohíno se pronuncia al grito de “¡Viva España! , ¡Viva la república! y ¡Viva el Ejército Honrado!”. Poco durará la sublevación, porque, fracasado el alzamiento en Madrid, el día 21 se presenta en Alcalá una columna al mando del coronel Puigdengolas, a quien rinde sus fuerzas Mohíno. Pese a los esfuerzos del coronel, que había pactado la rendición pacífica, los milicianos a su cargo asesinaron a dos oficiales de Ingenieros sublevados. Habiéndose producido una masacre si, pistola en mano, Puigdengolas, no lo hubiera evitado. Por cierto, que así, asesinado por sus propios hombres, moriría Puigdengolas en octubre del mismo 1936 al intentar sofocar una desbandada de milicianos en el frente de Parla.

Trasladado a la cárcel Modelo de Madrid, Mohíno sería juzgado y ejecutado el 25 de agosto de 1936.

El caso del capitán Mohíno Díaz es un claro ejemplo de la actitud de los mandos militares ante la segunda experiencia republicana en la historia de España. Acogida con más disciplina que entusiasmo, pero con sincero acatamiento en general, los problemas de orden público y los conatos separatistas, fundamentalmente, fueron inclinando en su contra a buena parte de los jefes y oficiales.

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