EL DERECHO Y LA TRADICIÓN JURÍDICA CRISTIANA

Congreso Católicos y Vida Pública

Madrid, noviembre 2022

José Ramón Recuero

 

Señoras y señores, queridos amigos, voy a desarrollar cinco ideas que se desprenden de la tradición jurídica cristiana sobre las que, si les parece bien, después podremos debatir y dialogar.

 

I

La primera es la siguiente: el Derecho Natural existe y lo captamos en nuestro interior.  De la misma forma que hay leyes físicas, como la de la gravedad, hay leyes morales, como la que ordena respetar toda vida humana. Así ha hecho Dios el Mundo: dos y dos son cuatro, los ratones no engendran caballos y el homicidio está mal. Se trata de esas leyes no escritas de las que hablaron Antígona y Aristóteles, a las que una tradición cristiana bimilenaria llama Derecho Natural. El cual es un regalo que Dios nos hace, pues como dice san Pablo a los romanos esa Ley está escrita en nuestros corazones, en el centro mismo de nuestra alma. Tenemos ahí una chispa de lo divino que permite a nuestro entendimiento discernir lo bueno de lo malo, y eso sin quitarnos la libertad de actuar de una u otra forma. Lo primero que captamos es esto: el bien ha de hacerse y el mal ha de evitarse. Concretando más Ulpiano aludió a vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo; unos principios que el Cristianismo plasmó en el Decálogo, diez palabras que defienden bienes que están en la naturaleza: vivir en la verdad, pureza de corazón, defensa de toda vida humana, amor a la familia, respeto de lo ajeno, etcétera.

En esta concepción el Derecho no se identifica con la orden del que manda, no es sólo la ley positiva que publica el boletín oficial del Estado, sostener tal cosa es primitivo y simplista. Es algo mucho más rico. Si la Ética es el arte de gobernarse a sí mismo, el Derecho es el arte de gobernar la Comunidad en función del bien y la justicia naturales. Así lo definió el jurista romano Celso, como arte de lo bueno y de lo justo, de aplicar leyes que no son de ayer ni de hoy, sino de siempre. Esa es la razón por la que la Justicia se representa como una Virgen con los ojos vendados, símbolo de incorruptibilidad, que con su balanza nivela y con su espada ataja el mal.

 

II

La segunda idea es esta: el Derecho Natural es la estrella polar de quienes tienen el poder político. La cuestión se reduce a determinar cual es la fuente última y fundamental de las leyes, si lo es Dios o si lo somos los hombres. Hay que elegir. Si de la escena pública desaparecen Dios y la Ley natural el hombre se convierte en un dios que hace lo que le da la gana, su única ley es su voluntad; y a su imagen y semejanza el Estado se convierte en un dios social que también hace lo que le da la gana, su única guía es su voluntad, a la que eufemísticamente llama voluntad popular. Sin leyes naturales que observar los que mandan tienen plenitud de potestad para mangonear todo lo nuestro. La conclusión es clara: si queremos ser libres tenemos que asumir que la fuente última del Derecho es Dios, ya que su Ley Natural es lo único que limita al poder señalándole como actuar honestamente.

 

En realidad la Ley Positiva es una ley artificial que el legislador pinta o construye siguiendo el modelo de la Ley Natural, como lo hace un artista, un pintor o un poeta, ya dije que el Derecho es un arte, esto lo explica muy bien el jurista italiano Carnelutti en un bello libro titulado Arte del Derecho. Y de esta forma, copiando el bien que hay en la naturaleza, en Comunidad ese bien se transforma en bien común, que es el fin propio de un Estado Justo. En la tradición cristiana el bien común es una situación en la que se conjugan tres elementos: paz, justicia y suficiencia de bienes, al servicio de estos fines deben estar los gobernantes y los legisladores, no de sus intereses particulares. De manera que si el Derecho Positivo sigue el norte que le marca la estrella polar que es la Ley Natural, que es su alma, hay Derecho Justo y un Estado de Justicia. Pero si no es así y está mal pintado o construido lo que hay es mera fuerza, violencia amparada en forma de ley, un Derecho Injusto. Y cuando esto se convierte en patológico, de manera que el mal se instala como principio en la Comunidad a través de sus normas positivas, existe lo que Del Vecchio llama Estado Delincuente, así tituló uno de sus libros, y Zubiri denomina Estado de Maldad. Ambas categorías vienen a coincidir, más o menos, con lo que san Agustín llamó Civitas Dei o del Bien y Civitas Impiorum o del Mal.

 

III

Tercera idea: gracias al Derecho Natural la persona está sobre el Estado, no al revés.Para los que creemos en Dios y la Ley Natural el individuo está sobre el Estado, no le entrega todo lo suyo sino que tiene bienes y valores que no son por el Estado, ni para el Estado, que están fuera del Estado, como lo están las verdades matemáticas. Esto lo expresó muy bien Tomás de Aquino en su Suma, en la que dijo textualmente que «el hombre no se ordena respecto a la Comunidad Política según todo él y según todas su cosas».

¡Qué diferente es nuestra situación cuando prescindimos de Dios y de la Ley Natural! En una línea diametralmente opuesta, Hobbes estableció como clausula del pacto para crear Leviatánnada menos que lo siguiente: «autorizo y transfiero al Estado mi derecho de gobernarme a mí mismo»; y el contrato social de Rousseau reza literalmente así: «cada uno de nosotros pone en común sus bienes, su persona, su vida y toda su potencia bajo la suprema dirección de la voluntad general». ¡Se entrega todo!, el Estado queda convertido en un amo al que el individuo se subordina totalmente, tanto en lo espiritual como en lo temporal. Es lo que hoy sufrimos, una faena pavorosa a la que Ortega llamó politicismo integral: prohibido todo aparte, nada de tener opiniones propias, nada de discrepar, estamos encerrados en la cárcel del pensamiento único y el Estado nos ordena lo que debemos hacer, decir, y en ocasiones hasta pensar. Así nuestros derechos ya no son naturales, desde la revolución francesa son los concedidos por el poder, que puede limitarlos e incluso suprimirlos.

 

IV

Pero en nuestra tradición cristiana la realidad es otra, esta es mi cuarta idea: tenemos unos derechos naturales que son previos al poder, no concedidos por él, ya que se basan en la Ley Natural, como son el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a nuestros bienes. Esta idea la desarrollaron admirablemente los sabios de la Escuela de Salamanca, de los que mucho tenemos que aprender, y la han asumido quienes han sufrido las consecuencias de entregar todo al Estado. Como, por ejemplo, los alemanes después de Hitler, cuando en 1949 aprobaron una Ley Fundamental que dice basarse en «los inviolables e inalienables derechos del hombre».

El derecho a la vida es una constante en los Convenios Internacionales, las Constituciones y los pronunciamientos de los Tribunales Constituciones. Y si acudimos a la lógica y a la biología este derecho tiene que referirse a la vida humana en todas su fases, desde su concepción hasta su muerte. Pues la cosa es clara: nuestra primera célula, el cigoto, no es un mineral ni un vegetal, es un ser humano en estado embrionario, con sus 46 cromosomas propios, que tiene identidad individual distinta de la de sus padres y obra y se desarrolla por sí mismo, como lo prueba la fecundación in vitro. También mostraron Vitoria y los demás profesores de Salamanca que el hombre es libre por naturaleza, y a nadie está sujeto sino solamente a su Criador. Esta es la libertad del cristiano que, como dijo Suárez, no le exime de leyes humanas justas pero excluye el temor servil a leyes injustas. Con palabras de Cervantes, Dios y la naturaleza nos han hecho libres, es libre nuestro albedrío y no hay yerba, encanto o poder que pueda forzarlo. También es natural nuestro derecho a los bienes necesarios, que el Estado está obligado a respetar no despojándonos de ellos, esto lo desarrollaron muy bien Roa Dávila y Luis de León.

 

V

La quinta idea es la siguiente: La democracia es la forma de gobierno más conforme con el Derecho Natural. Pero la democracia auténtica. Aristóteles diferenció entre una democracia buena y real, que es aquella que tiene como fin la justicia natural y el bien común, y otra democracia tiránica mala, en la que el poder busca su propio interés y actúa como un tirano.

 

La Cristiandad proclamó la libertad e igualdad de todos los hombres, y así promovió la auténtica democracia. En nuestra tradición la idea central era esta: omnis potestas est a Deo per Populum, toda potestad procede de Dios a través del Pueblo. Lo que significa que el fundamento último del poder es Dios, no un hombre o varios, aunque sean mayoría, pues en este caso estos serían superiores a los demás y la libertad e igualdad naturales de todos desaparecerían. Dios ha depositado el poder, dice Francisco de Vitoria, en todos y cada uno de los hombres de la Comunidad, por eso para los sabios de Salamanca la soberanía reside realmente en el pueblo. El cual puede administrarse a sí mismo, y esta es la forma más natural de gobierno: la democracia, Francisco Suárez lo explicó en extenso cuando se opuso a las pretensiones absolutistas del rey inglés. En esta concepción democrática del poder los gobernantes son hechos por el pueblo, como servidores suyos que deben desempeñar su cargo sometidos al Derecho Natural y al bien común. De manera que su poder siempre es limitado y quien abusa de él se convierte en un tirano contra el que cabe oponerse, en esto Mariana es un maestro. Sobre estas bases Tocqueville afirmó que la religión cristiana promueve la democracia; Bergson dijo que esta es de esencia evangélica; Maritain recogió en su libro Cristianismo y democracia las siguientes palabras, que el Vicepresidente de los Estados Unidos Wallace pronunció en 1942: «la idea de la libertad deriva de la Biblia y de su insistencia en afirmar la dignidad de la persona, la democracia es la única expresión política verdadera del cristianismo»; y, en fin, Chesterton afirmó que la maquinaria del voto es profundamente cristiana, pues es un intento de averiguar la opinión de aquellos que están marginados o son demasiado modestos para darla.

 

Lamentablemente hoy las cosas no son así. La democracia se ha hecho tiránica, oligárquica. El fundamento del poder es el propio hombre y los que mandan carecen de límites transcendentes, por eso el Derecho ha dejado de ser arte de lo bueno y de lo justo y se ha convertido en arte de coaccionar, Kelsen es un maestro en este arte. El Estado Democrático se ha erigido en un Estado-dios como lo concibieron Hobbes y Rousseau, a él hemos entregado todo y él es el que crea, limita o suprime nuestros derechos. Si bien de hecho esto lo hacen quienes lo manejan: los partidos políticos y sus dirigentes. Los partidos se han convertido en facciones que, tras unas elecciones que son como las saturnales romanas (en las que los señores jugaban a servir a sus siervos), utilizan los votos como si fuesen de su propiedad. Y así el partido o la coalición de partidos que resulta dominante tras las intrigas, cesiones y trapicheos post-electorales ocupa todos los centros de poder, todos. Se convierte en el soberano absoluto en cuyos despachos, y no en el Parlamento, se toman las decisiones, en el amo que utiliza a discreción una voluntad popular que en realidad se identifica con la voluntad de sus dirigentes, para imponernos a todos su visión parcial de la vida. Franklin dijo que en este mundo sólo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos. Yo creo que hay una tercera: la tiranía cuando se idolatra al poder.

 

¿Cuál es la visión de la vida que nos quieren imponer ahora? Es simple: antropocentrismo, un mundo sin Dios ni Derecho Natural en el que el hombre de carne y hueso es el ombligo del mundo, el nuevo dios. En realidad es una bestia que se cree dios, pues no tiene alma, ni perspectiva de más allá, no hay un salto cualitativo respecto a los demás animales. Eso explica que ahora la vida humana no tenga más valor que la de una ostra, como dijo Hume, y que haya una conjuración contra ella que está lacerando el mundo. La madre puede matar a su hijo mientras se desarrolla en su seno mediante el aborto, y si no es posible hacerlo en clínicas que se dedican a este negocio el Estado se encarga de eliminar al pobre inocente, como si fuera una prestación sanitaria más. Y a pesar de que las leyes garantizan el derecho a la vida, no a al muerte, a pesar de que el fin de la medicina es curar, no matar, enfermos, débiles y ancianos pueden ser eliminados con la mal llamada eutanasia, también usando el sistema sanitario, así el Estado consigue aquello que Petronio puso en su epitafio: valete curae, que quiere decir «se acabaron los cuidados». Nuestra libertad natural también sufre los estragos. Es lo más preciado que tenemos después de la vida, pero el Estado Paternalista ha propagado la idea de que la libertad civil es la obediencia a la ley positiva. Rousseau dijo que quien se niegue obedecer al Estado será obligado a ello, y eso no significa otra cosa sino que se le obligará a ser libre. Se comprende que esta idea de la libertad no nos permite pensar y opinar por nosotros mismos, hemos nacido libres pero por todas partes estamos encadenados. En fin, las leyes que el Estado dispara sin cesar limitan también, cada vez más, nuestro espacio vital dominado y nuestros bienes. Siempre tenemos que pagarle un alto porcentaje, como en la Cofradía de Monipodio, es como aquel general ateniense que se llamaba Timoteo, del cual se decía: «incluso durmiendo su red recoge para él».

 

VI

Esta situación nos incita a luchar por el Derecho según lo concibe la tradición cristiana, al menos a mi me anima a ello, lo cual supone luchar por la libertad y dignidad de todo ser humano. Creo que el rico legado que debemos transmitir a los que nos siguen es este: mostrar que sobre la tiranía está la Justicia Natural, lo razonable, lo bueno en sí. Tal es la razón de ser del poder, que debe respetar siempre el orden moral que hay en la naturaleza.

 

Aunque en realidad proponer esto no es nada nuevo. Ya en el siglo primero el buen Plutarco escribió un ensayo al que dio un título muy significativo y, por cierto, muy actual, pues era este: A un gobernante falto de instrucción. En él se preguntaba: «¿Quién gobernará al que gobierna?». Y el propio Plutarco contestaba lo siguiente: «La ley que reina sobre todos, mortales e inmortales, como dijo Píndaro, que no está escrita exteriormente en libros ni en tablas, sino que es una palabra con vida propia en su interior, que siempre vive con él, lo vigila y jamás deja su alma desprovista de gobierno». Es decir: lo que debe gobernar al indocto gobernante es la Ley Natural que está en nuestro interior y procede de Dios. A esto se reduce todo: a volver a Dios, y con Él al Derecho tal como lo ha entendido el Cristianismo. Sólo con ellos se puede volver a humanizar el hombre, sólo con ellos puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos.