La deuda de Madrid con el general Valeriano Weyler, víctima de la leyenda negra

Por Pablo Gozález-Pola

El general estuvo presente en prácticamente todas las guerras en las que España se vio envuelta durante sus 92 años de vida

En el estudio introductorio a las memorias del general Weyler que editara en 2004 su nieta María Teresa Weyler y López de Puga, el profesor Seco Serrano se quejaba de que en Madrid no hubiera siquiera una calle dedicada a un hombre que sirvió a España, tan intensamente hasta poco antes de morir.
En efecto, no parece lógico que el general modelo de civilismo por excelencia, probablemente el hombre más tentado para la irrupción en la política de la historia de España, tanto por la derecha, como por la izquierda, no tenga una calle dedicada en la capital del reino. Y esto es aún más relevante, si tenemos en cuenta que tal es el caso de otros compañeros de generalato como Espartero (Príncipe de Vergara), Narváez, O’Donnell, Serrano o Prim, cuya incursión en la escena política vino precedida de pronunciamientos.
Ciertamente impulsados por unos partidos políticos incapaces de diseñar un sistema político estable en el que no fuese necesario acudir a la fuerza de las armas, si quiera tácitamente, para turnarse en el Gobierno. Incluso disponen de un puesto en el callejero madrileño militares contemporáneos a D. Valeriano como Martínez Campos o Arrando Ballester y hace unos meses se ha dedicado unos muy merecidos jardines al almirante Cervera.
Si analizamos la especial personalidad del general Weyler, a lo largo de su dilatada vida, dos elementos destacan sobre manera, por una parte, su civilismo, que tan bien ha destacado el profesor Seco Serrano y un marcado carácter liberal e independiente que le llevó a enfrentamientos con algunos de sus superiores. Como militar civilista, don Valeriano es uno de los mejores representantes del modelo canovista. Reconoce, en sus memorias, que durante la regencia de Serrano y antes del pronunciamiento de Martínez Campos fue tentado para sumarse a las conspiraciones tanto republicanas, como alfonsinas, pero Weyler no entendía cómo podía conspirarse en lugar de luchar para terminar la guerra carlista que se desarrollaba en aquellos momentos. Su obsesión era cumplir con su deber y obediencia al poder constituido, sea del color que fuera, e independientemente de sus simpatías. Pero fundamentalmente, era rotundamente contrario al intervencionismo de los militares en la política. De ahí su duro enfrentamiento con el general Primo de Rivera.

El general más hábil del siglo XIX español

El general Weyler estuvo presente en prácticamente todas las guerras en las que España se vio envuelta durante sus 92 años de vida: la de Restauración en Santo Domingo, en 1864, la guerra de los Diez Años iniciada en Cuba en 1868, la tercera guerra Carlista, conatos de rebelión en Filipinas y en las islas Carolinas en 1891, guerra de Cuba en 1896 y la de Marruecos, a la que se incorporó en 1923, como jefe de Estado Mayor Central, cuando contaba nada menos que 85 años y en la que manifestó serias discrepancias con las instancias superiores.

Entre sus muchos cargos de responsabilidad figuran el de capitán general de Valencia; de Canarias; de Baleares; de Filipinas; de Cuba; de Cataluña; de Burgos, Navarra y Vascongadas; de Castilla la Nueva y de Madrid, senador del Reino por Canarias, jefe del Estado Mayor Central, presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, ministro de la Guerra dos veces y en una de ellas simultaneó el cargo con el Ministerio de Marina, consejero de Estado y académico de número de la Real Academia de la Historia. En 1910 el Rey Alfonso XIII le nombró capitán general. Ostentó el Marquesado de Tenerife y el Ducado de Rubí y con grandeza de España y en 1913 le fue otorgado el Toisón de Oro.
Podríamos decir que no hay en la historia contemporánea de España ningún militar que se asemeje a la categoría profesional de Valeriano Weyler. Hombre incorruptible, allí donde tuvo mando combatió la corrupción y defendió a sus hombres hasta arriesgar su puesto, como cuando en Cataluña obligó a los dueños de las masías y a los ayuntamientos a abastecer a sus extenuadas tropas en la persecución de las partidas carlistas. Fue cesado en su cargo y arrestado en 1875 por publicar una memoria justificativa de sus actos que es toda una lección de ejercicio del mando.

Víctima de la leyenda negra

Quizás fue su actuación como capitán general y jefe de operaciones del Ejército en Cuba, tras la insurrección de 1895, la más controvertida debido a la leyenda negra sobre su actuación que está empezando a ser revisada por el profesor Fernando Padilla de la Universidad de Bristol. La denominada «reconcentración» que ni fue una estrategia exclusiva de España, ni fue Weyler quien la aplicó por primera vez, pues ya se había utilizado en la guerra de los Diez Años, se produjo en dos fases, la llamada informal y la decretada por Weyler en febrero de 1896. La primera se inició por la, en muchos casos crueles prácticas de las tropas mambisas contra la población campesina, en buena parte, esta, partidaria de la soberanía española. Esto provocó graves problemas sobre todo en las ciudades a las que acudieron los campesinos que no disponían de ningún medio de supervivencia. La decretada por Weyler supuso la concentración de miles de personas en zonas controladas, pero no bien preparadas para atención de los reconcentrados, lo que conllevó penalidades y mortandad entre estos. Esta terrible circunstancia, conviene enmarcarla en el contexto de las condiciones sanitarias de la zona de lo que fue la compleja gestión de una guerra con grandes carencias en cuanto a medios y recursos, que afectó a las propias tropas españolas y de la que también fueron responsables los diferentes gobiernos de la metrópoli desde mediados del siglo XIX.
Comparar las zonas de reconcentrados cubanos con los campos de exterminio nazis es una exageración porque los objetivos eran totalmente diferentes. Como exagerada fue la campaña contra Weyler orquestada por Estados Unidos, Gobierno y grandes empresarios de la comunicación y lo que es más triste, seguida con ahínco en España por el partido liberal de Sagasta para intentar derribar a Cánovas del poder.
Siguiendo al maestro Seco Serrano, pensamos que Madrid debería dedicar una calle al general Weyler que tan vinculado estuvo a la capital de España. Vivió primero en la calle Zorrilla y después en la casa que construyó en 1910 en la esquina de las calles Marqués de Urquijo y paseo de Rosales. Tan sólo una placa colocada en la fachada de este inmueble recuerda que allí vivió y murió este ilustre soldado de España.