Primavera, tiempo de renacer

Editorial

Si preguntamos a un asiático culto acerca de cómo los vemos nos dirá que, en general,  los conocemos más bien poco y que no nos vendría mal entender el papel del confucianismo o de los Vedas en su vida personal y  social. Es probable que nuestro interlocutor prosiga explicando que él  sabe bien que las raíces occidentales son cristianas. Quizás añada que ser conscientes de nuestra  herencia griega y latina también les ayuda a entendernos mejor que nosotros a ellos. 

Un estudio somero de China, por poner un ejemplo, nos lleva a concluir que su florecimiento económico, educativo y tecnológico así como su gigantesco  éxito reduciendo su pobreza interior, no habrían sucedido sin  la pervivencia de sus viejas creencias y valores. Precisamente sobre la cuestión central de la familia confuciana entró en profundidad Fukuyama en su obra  “Trust”,  recordando que Mao no consiguió destruirla y que la prosperidad  actual no es comprensible sin la fortaleza de sus familias como núcleo de su sociedad civil. 

Por el contrario, en lo que a nuestra cultura se refiere, no pocos pensadores independientes occidentales   nos vienen hablando desde hace tiempo de una civilización que se está muriendo –suicidando, dicen los más actuales como Murray–.  

Toynbee, tras analizar el ciclo vital de muchas culturas ya muertas,  constató la causa: cayeron en manos de élites estériles. Las que extraen de la sociedad mucho más de lo que aportan.  Estas élites, observa el historiador,  son conscientes de la situación y de su incapacidad, se sienten amenazadas y  tratan de cambiar sus sociedades para preservar su poder. En no pocas ocasiones esto incluye el largo proceso de reemplazar sus poblaciones por gentes de otras culturas que creen más manejables.  

Desde otra acera ideológica los personajes de una obra de Bertolt Brecht, gobernadores de varios territorios, hablan de su trabajo en torno a una mesa  en  una especie de Mini-Davos. Uno de ellos dice apesadumbrado que ha perdido la confianza en sus súbditos. A lo que el resto de mandatarios,  entre sonrisas solidarias, responde que no se preocupe; que la solución es “cambiar de súbditos”. Algo que nos suena familiar porque lo estamos viviendo directamente sin apenas darnos cuenta. 

Para percibir las sutilezas y la constancia de este proceso hay que ir unas décadas hacia atrás. Por ejemplo, la hoy casi completa desaparición del Latín y del Griego en la enseñanza europea fue establecida  como objetivo estratégico por Antonio Gramsci  a finales de los años treinta y difundida  por el Partido Comunista Italiano primero, por gobiernos de izquierdas europeos después y finalmente conseguida en este siglo sin que se sepan muy bien las razones  ni a qué coste. Afortunadamente el por qué nos lo aclara el propio Gramsci en su obra  “Gli intellettuali e l’organizzazione della cultura”: para evitar que generaciones sucesivas asuman con naturalidad y desde la juventud sus raíces clásicas.  Es evidente que alguien nos prefiere sin raíces y cada vez más divididos. El latín, recordemos, era la lengua de muchas tesis de doctorado europeas hace solo ochenta años. Hoy, “conviene” que desaparezca.

En 1965, Wolff, el sociólogo colaborador de Moore y de Marcuse, nos brindó,  en “A critique of pure Tolerance”,   otra razón  para debilitar el papel de la familia occidental: si no se rompe el crisol de la familia va a ser imposible para el sistema escolar modificar los comportamientos dado que los rasgos culturales más importantes se forjan en el seno familiar por mímesis. 

Nuestra historia reciente está plagada de este tipo de “señalamientos” desde muchos e insospechados frentes hasta llegar al paroxismo de los movimientos Woke y Cancel que ya dominan buena parte de nuestras instituciones como, por ejemplo,  el mundo universitario de los EEUU sometido hoy a una censura que de hecho destruye hasta la posibilidad de la búsqueda de la verdad. Todo ello refuerza la pérdida occidental de liderazgo moral y nos descalifica para jugar este papel en el mundo al mismo tiempo que, como estamos viendo,  nuestros problemas económicos son cada vez más graves y profundos.

Lo que resulta ser todo un enigma es la pasividad de la Sociedad Civil ante ambos fenómenos: la agresión cultural desde dentro y la innegable pauperización.  Y no podemos alegar ignorancia porque Laclau y Mouffe ya nos explicaron perfectamente  su programa de demolición en “Hegemony and Socialist Strategy”  en 1985.