Nueva colaboración de los miembros del Aula
Desde mi tierra en el Sur de España contemplo la paradoja que representa compatibilizar en Cataluña la satisfacción de dos derechos: el derecho a la salud y el derecho a depositar el voto el 14 de febrero. Observo esa paradoja en un territorio donde algunos proclaman que estas elecciones son el segundo intento para abrir el camino hacia la independencia. Todo ello se fundamenta en el ejercicio de la libertad, en el libre albedrío que todo ser humano tiene para expresar sus deseos, opiniones y sentimentos.
Desde esta sureña atalaya desconozco si en verdad el votante catalán sabe lo que le conviene bajo el supuesto liberal de que el cliente siempre lleva la razón. A la hora de votar se duda sobre si el votante piensa o siente; esto es, si deposita el voto, impulsado por sentimientos, o si lo hace racionalmente.
Mucho me temo que, a pesar del poder moderador de esta pandemia y el estímulo para que se emita el voto por correo, la mayoría de los votos depositados hayan entrado por la ranura de la urna, inducidos por deseos y sentimientos y no desde un verdadero razonamiento. En estas elecciones han abundado los sentimientos, el misterioso libre albedrío desde la igualdad en derechos.
Quienes en primer lugar han aflorado sus sentimientos son los candidatos y dirigentes políticos, condenados por sedición, presentes en la campaña. Han voceado lo que les ha dictado su corazón; jamás han pronunciado palabras de razón. Justamente tanta confianza en el corazón está llevando a Cataluña hacia una trampa mortal.
Esta campaña, no multitudinaria por razón de la pandemia, ha sido borrasca de indignación contra España, de miedo y remordimiento en algunos votantes, de odio y avaricia en otros.
No se puede evitar depositar el voto por mandato sentimental; el peligro reside cuando se deposita el voto no según dictado del corazón sino por la manipulación de los mensajes políticos o de las indicaciones de la televisión oficial de Cataluña.
Entonces, el teórico y libre albedrío se convierte en ciego seguimiento de lo que proponen los medios de comunicación a través de la propaganda, dirigida con precisión, y la publicidad manipuladora de emociones.
Y estas elecciones se han celebrado, curiosamente, en el marco de una enfermedad global y de un miedo planetario al resurgimiento de los nacionalismos. Sólo votó el 53 por ciento del censo electoral cuando en 2017 la votacion superó el umbral el 75 por ciento del censo.
En la tramoya y trasfondo de estas elecciones se ha desplegado no un nacionalismo benigno sino un ultranacionalismo con derivaciones muy contradictorias que están conduciendo al supremacismo y a creer que Cataluña es suprema, a la que se le debe total lealtad y desde esa lealtad olvidar las obligaciones pendientes y futuras con España( La Generalidad debe al tesoro español más de 62,000 millones de euros ).
Este supremacismo puede conducir, otra vez, a violentos enfrentamientos.
Los supremacistas catalanes creen que su nuevo Estado les va a proporcionar inauditos niveles de seguridad y prosperidad, que no tendrán que asumir deudas y que les proveerá de la mejor educación posible y del mejor sistema sanitario que acabará con la pandemia.
Si Cataluña se independizara, levantaría un castillo defensivo a la par que un pasillo para baleares y valencianos, que se obligarían a no levantar sus respectivas fortalezas.
Esa Cataluña independiente pretende que los franceses del sur no levanten sus respectivas vallas fortificadas. He oído a algunos votantes catalanes mandar al resto de los españoles al infierno y luchar por levantar puentes y reforzar almenas en sus murallas, transformando sus puertas en fielatos.
Venden los dirigentes y empresarios catalanes, independentistas, la idea de poder mantener su red comercial en España y en la Unión Europea.
Deberían pensar más y sentir menos y reflexionar ante lo que está sucediendo en el Reino Unido tras dos meses de
haberse separado de la Unión Europea: levantar fronteras y arbitrar mecanismos para recaudar recursos financieros vía impuesto de valor añadido.
Algunos osados creen poder vivir fuera de acuerdos de cooperación global y que no serán carne de cañón de grandes poderes regionales mundiales.
Los supremacistas e independentistas no han reparado que tendrán que tragarse el purgante que representa el terremoto tecnológico, al salir de España y de la Unión Europea. Fuera de ese terremoto tecnológico Cataluña será un territorio inútil.
Ese Estado-nación, fuera de la Unión Europea, independiente, es un agente equivocado para hacer frente a la globalización de las infotecnologías, a no ser que se convirtiese en enclave chino como el que se asienta en el cuerno de África en Djibouti.
Estos nacionalismos incipientes, sumergidos o retornados, no podrán vivir en un mundo multilateral globalizado.
Si la pretensión de la humanidad es ganar el Cosmos ¿Qué hará Cataluña fuera de ese Cosmos?
¿Volver al sol de 1640 y a la noche de 1714 bajo esta amenaza existencial que se llama pandemia?
Separada de España y fuera de la Unión Europea ¿no teme un aislamiento de los foros tecnológicos o una invasión tecnológica China?
Sus dirigentes políticos y empresariales no lo temen; porque no lo sienten no lo piensan. No entienden que en este mundo globalizado es necesaria una lealtad global, al menos dentro de España y de la Unión Europea.
Se ha cerrado el escrutinio. Cataluña vive su confusión entre la luz mediterranea y su ceguera y los supremacistas, enmarcados en esa certidumbre ciega.
Las pasadas elecciones han sido como frotar la lámpara de Aladino y querer adaptar el reloj eterno a los tiempos de 1640, 1714, 1934 y 27 de Octubre de 2017. Están creando un territorio donde cuesta mucho respirar, donde nadie distiende el ceño.
Ni siquiera los catalanes secesionistas tienen una sola identidad. Nadie es solo comunista o capitalista o independentista, pero el credo de los separatistas es que únicamente se debe lealtad a una única identidad: a la nación catalana, a los méritos de ese territorio y a las obligaciones de separarse de España.
Pero ellos mismos reconocen que existen otras muchas cosas importantes y necesarias, muy superiores a la nación: ejercer de padres, de profesor, de obrero metalúrgico, de aficionado al baloncesto, ser vegetariano, autitaurino o defensor de la fiesta de los toros.
Como andaluz, que se siente cudadano de España y de la Humanidad, profesor emérito, defensor de la fiesta de los toros no vislumbro cómo afrontarán los catalanes salir de la trampa en la que han caido.
Lo escribo desde Córdoba donde, como anciano, ya huelo a azahar y paso mis últimos crepúsculos en compañía.
Finalizo esta carta con algunos versos de un poeta cordobés contemporáneo que dicen así:
¿Cómo mudar en savia, en aliento, en ternura, tanto tósigo ciego, tanta herida del alma? ¿Cuándo será posible…en las ruinas del odio alzar nuevas moradas?
José Javier Rodríguez Alcaide